– Text: Laia M. Llobera –
ÚTER – Espai Gonzalo Borondo x Konvent –
Úter, la intervención de Gonzalo Borondo en la fábrica de Konvent Puntzero, rehabilita los espacios que se dedicaban al tinte de la tela en esta antigua colonia textil, ahora en ruinas. Combinando tradición y olvido en un ejercicio de radical libertad creativa, la obra toma la forma de un gesto situado. Situado en las habitaciones que formaban la antigua sala de tinte y que ahora se transforman en una catedral contemporánea.
En el interior, los polos se invierten cuando se desmonta lo que quedaba del techo y esos materiales se usan para construir lo que se va a encontrar en el suelo: ahora, las vigas son bancos. Las tejas, macetas. Suspendidos a 6 metros de altura, seis enormes vidrieras realizan hoy la función de techo, bañando el espacio con una luz cálida que muda siguiendo el sol. En una subversión de la tradición gótica catalana, estas vidrieras no vehiculan una pedagogía hegemónica; esta narración última ha sido sustituida por una atmosfera que busca sacralizar la cura y el proceso artístico. Las escenas representadas en los vidrios de colores contribuyen a crear un ambiente que hace la función de líquido amniótico, embarcando aquello que está por llegar y generando un espacio donde estribar y alentar.
Parcial, saturado, indefinido y potencialmente caótico, Úter es un espacio de vida. Sabedor que el vacío puede aferrarse, el espacio aparece saturado de injerto gracias a las plantas que brotan en su interior y en el ágora, un patio que la intervención ha dejado descubierto y se contrapone a la catedral.
Así, este espacio sagrado se torna invernadero, una casa curvilínea preparada para acoger un archipiélago de posiciones y amparar el encuentro entre diferentes velocidades, manteniendo una constante, relativa calidez. Aspidistra, Tamaia i Trascendantia crecen en este espacio donde la deidad se sepulta y torna en follaje. Tolerantes y resilientes, su crecimiento lento les brinda vidas suficientemente dilatadas para acompañar aquello que allí se engendre.
Es, entonces, a través de referentes tradicionales como la catedral, el ágora o el invernadero, que la obra propone una nueva ontología relacional. Contra la asunción que es necesario arrodillarse para existir, doblegarse para encajar, permanecer en contorsión, Úter genera una atmosfera catalizadora de nuevas maneras, creativas, de existir y convivir. Esta dimensión poética contrarresta cualquier dimensión coercitiva, vehiculando una subversión y reivindicación sin revuelta: la necesidad de una cura radical. Cuidar la raíz de lo que no ha nacido, del hecho posible. Un útero grávido, infundido del hallazgo azaroso, el intercambio, el vínculo. Un refugio que, lejos de alentar a huir del mundo y a la estasis, invita al movimiento y facilita el diálogo y un encuentro con uno mismo, con el arte y con los otros.
Si queda alguna traza de lo sagrado, dentro de la catedral, es la fenomenología del hecho oculto, ya que la potencialidad del espacio es inimaginable. Esta experiencia de lo inefable, la intuición de lo que acontecerá en el espacio, pero no llegamos a vislumbrar, nos devuelve al hecho sacro.
Esta trascendencia, que cala las paredes, combate el vértigo que el espacio podría generar en la dislocación que se produce cuando se trabucan el cielo y la tierra. Con múltiples puntos de acceso, pero ninguna directriz para recorrerlo, Úter articula lo que Derrida llama «ven»: el convite a un desplazamiento, la llamada de los afectos. Una llamada que hace posible el encuentro y, con este, la eventualidad, la oportunidad para la acción. Esto es posible solo a partir de la ausencia de vigilancia, del uso no codificado del espacio. Es necesaria una suerte de deserción.
Asumiendo el valor temporal de futuro en el pasado y el valor modal de una suposición, esta intervención genera el tiempo verbal condicional de una acción: el cuidado. Indefinible, inaprehensible e ilocalizable, se encuentra allí donde no debía haber nada y donde no se le esperaba. Es un espacio preparado para acoger y acompañar situaciones y momentos que aparecerán como un pliegue en otras intersecciones, y que desaparecerán tan fugazmente como han surgido, inscribiéndose en el palimpsesto que propone la obra. Un espacio precario e indefinido que, en su fragilidad, habla el lenguaje del deseo y de los afectos y, por eso, no se dobla a la cohesión ni a la coherencia y solo entiende el resultado simbólico.
Esta afectividad confiere una profundidad deleuziana a la obra porque, desafiando las oposiciones dialécticas, Úter sugiere un desplazamiento, una deconstrucción que le permita erigirse en un entorno radicalmente democrático: aquel que entiende que es la falla y el desacuerdo que garantizan el margen de maniobra y, con este, la libertad. El ágora que acompaña al invernadero, con gradas construidas a partir del aterrizaje de las vigas del techo, quiere alojar la divergencia y presupone un estar juntos, un reunirse para cuestionar, un deshacernos para rehacer. Una arquitectura deconstructiva que observa el verbo: afirmar, decidir, combatir. Porque solo el pensamiento plural y comunitario puede generar una arquitectura que neutralice la penuria del habitar que Heidegger describe y que aparece cuando la construcción se supedita a la técnica. Así pues, en diálogo con el pasado mercantil y productivo del edificio, Borondo propone una arquitectura relacional alejada del maquinismo. Realinear la vida con la vida.
La obra invita a un acto de fe, ya que construir un espacio donde permanecer requiere creer en el mundo, en un presente que nos ha enseñado que no hay caparazón duro porque todos partimos de la más absoluta indigencia.
Como dice Bachelard, al construir un nido «revivimos, en una especie de ingenuidad, el instinto del pájaro».
Decir el Úter es hablar de la ética de un espacio, tomar el pulso a la fragilidad e intentar salvarnos de la individualidad irreductible y el pluralismo que plaga un presente que se nos seca detrás de los ojos. Es la posibilidad de calidez sin plástico, de abandonar el andamio, de preservar la vida y el arte. Llegar y descubrir que te esperaba. Abandonar la flexión para poder radicar.
Úter nos recuerda que también hay que pensar lo que ocurre junto al precipicio. Es la fe del paso en falso.
Laia M. Llobera – Juliol 2023