MAMÁ, QUIERO SER MONJA

Mery Pineda

 

 

MAMÁ, QUIERO SER MONJA

Enero, 2019

A una hora y poco más de Barcelona (en coche, porque en bus das más vueltas y se complica la cosa), existe un lugar llamado Konvent (@konventzero). Konvent es un espacio de arte, un centro cultural, un ejemplo de recuperación del territorio, un lugar de convivencia, de creación y un hogar. Y todo esto es poco si uno se plantea conocerlo de verdad. Hace un par de noches, cerró sus puertas por fin de temporada, nos dejaron sin rebajas oigan, pero es qué, que año nos han regalado. 

Abrieron sus puertas en marzo con Tret de Sortida, y ya no hubo vuelta atrás. Des de entonces, uno tras otro los proyectos, las residencias de artistas, las propuestas artísticas y demás se han ido sucediendo sin parar. Y aún es momento de coger aire. Circo o jornadas músico-vinícolas como Nit de Totes, novedades editoriales como Pura Mercromina de Josep Grifoll, o nacimientos como la primera edición del Déu Vos Guard Fest, el primer festival de autoedición que se celebra en Konvent, han ido creando un lugar privilegiado para quién llega a él. Todo eso, y mucho más que ahora se pierde entre estas líneas, ha inundado el antiguo convento de monjas del Berguedà durante los últimos 9 meses. Que embarazo, por Dios. 

Y la música. Porque Konvent no sería Konvent sin música. Como tampoco lo sería sin cocina, dicho sea de paso. Ha habido música para todos los gustos, al igual que vinos. Hidrogenesse (@hidrogenesse), Dulce Rebeca (@dulcerebeca_duo), Seward, Fetus (@somfetus), Nico Roig (@nico_roig), El festival Salt Mortal (@saltmortal) que ya es un privilegio por si solo, Laboratoria (@laboratoriaflamenco) o Surfing Sirles, para nombrar solo algunos. Aunque si uno tiene tiempo suficiente como para perderse en él algunos días, descubrirá que lo más bonito de este lugar es el silencio. Uno que muy a menudo puede ser compartido, algo que a día de hoy no abunda. Como la sinceridad, la honestidad y la valentía, algo que en Konvent han sabido conservar. He olvidado contarles que de pequeña quería ser monja, así que a lo mejor les hablo des de la nostalgia de esa niña de seis años que quiso amar a Dios. Sean benévolos con la inocencia, que tampoco abunda en estos días. 

Ya con los años descubrí que gritar a Dios era mejor que quererlo y llegaron los orgasmos. Creo que el orgasmo llegó a Konvent con Creença. ¿Como contarles que fue? Si vamos a lo fácil les diré que Creença fue una residencia de dos meses con más de 50 artistas nacionales e internacionales de la mano de Void Projects (@void_projects).  Un proyecto en pro del diálogo y la convivencia entre artistas durante el proceso creativo, lo que lleva indivisiblemente a la creación de un sentimiento de comunidad. Pero ya que me he propuesto ser sincera con ustedes, les diré la verdad: Creença fue una resaca emocional de la hostia. Creo que aún oigo los ecos. 

Dentro de tres meses, en marzo, abrirán de nuevo sus puertas, así que háganme el favor de organizarse bien la agenda, que luego son todo excusas. Y a modo de despedida les propongo que recuerden que querían ser de pequeños. Yo quería ser monja, y el destino me ha llevado a un convento, así que vigilen con lo que sueñan que por lo visto se cumple. Quien avisa no es traidor. Vayan con Dios.